Las tropas libertadoras del venezolano Simón Bolívar (1783-1830) lograron sus primeras victorias en 1813, para luego lanzar una nueva y definitiva ofensiva en 1817 llegando a liberar Bogotá el 10 de agosto.
Luego de la creación de la Gran Colombia, se dirigió a su tierra natal, Venezuela, y consiguió su independencia el 24 de junio de 1820. A continuación, se dirigió junto al general José Antonio de Sucre hacia el Perú, donde tuvieron su primer contacto con los peruanos en la independencia de Quito.
Allí las tropas al mando de Santa Cruz apoyaron a las bolivarianas. La ocupación de Quito y Guayaquil en mayo de 1822 abrió otro frente de batalla, que a la postre sería el decisivo. Las tropas provenientes de la Gran Colombia esperaron, expectantes, a que los acontecimientos en el territorio peruano inclinaran la balanza para uno u otro lado antes de intervenir.
Conversaciones en Guayaquil
En julio de 1822 se produjo el encuentro entre los dos generales en Guayaquil, el cual duró cuatro días y en él parece haberse llegado a ningún acuerdo específico sobre las acciones que se debían seguir para conseguir la completa independencia del Perú.
No hay testimonio escrito de lo sucedido en Guayaquil, pero al parecer Bolívar ofreció un tenue apoyo militar a San Martín, quien regresó a Lima para encontrarse con que el Congreso recientemente instaurado había desterrado a Bernardo de Monteagudo, su asesor más importante. José de San Martín, enfermo y derrotado, decidió renunciar al protectorado y dejar Lima el 21 de setiembre de 1822 con rumbo a Valparaíso.
El caos posterior durante la presidencia de Torre Tagle y de Riva Agüero provocó que el Congreso extendiera la invitación a Simón Bolívar para que ingresara con sus tropas en territorio peruano. Reconociendo en esta invitación la mejor oportunidad para gobernar de manera absoluta y sin competidores, Bolívar se dirigió hacia el Callao.
Consolidación de la Independencia
Con la llegada de Simón Bolívar a Lima el 1 de setiembre de 1822 se dio un nuevo ciclo de batallas y negociaciones en la medida que la correlación de fuerzas había cambiado una vez más y que se debían establecer nuevas alianzas con las elites. Bolívar sólo aceptó el cargo militar que le fue ofrecido, más no el político, por lo cual y nominalmente el presidente del Perú seguía siendo Torre Tagle.
La situación de Riva Agüero en Trujillo seguía sin resolverse. Tenía bajo su mando las tropas lideradas por Guise y Santa Cruz, y además consiguió el apoyo de los líderes guerrilleros de la zona al anunciar que su guerra era en contra del nuevo dominio extranjero. Sus aspiraciones eran las de la elite criolla que buscó un punto medio de restauración monárquica, así que entabló relaciones con La Serna, ofreciéndole un pacto y el mismo sistema de gobierno que le ofreció San Martín, una monarquía constitucional. Finalmente, Riva Agüero fue traicionado por sus propios hombres y desterrado hacia Panamá el 25 de noviembre de 1822, mientras que sus generales se unían a las tropas bolivarianas.
Mientras tanto, Bolívar decidió que a causa de la anarquía política no era posible defender la capital y decidió partir a Trujillo para iniciar el ataque final a los realistas. Las tropas fidelistas ocuparon nuevamente Lima desde febrero hasta diciembre de 1824, desatando una vez más una crisis política que esta vez incluyó la deserción del propio presidente de la república, Torre Tagle, al bando realista. El liderazgo patriota en Lima desapareció, la aristocracia recibió una vez más con los brazos abiertos a los españoles y Bolívar monopolizó todos los poderes, con lo cual el destino de la independencia del Perú quedaba enteramente en sus manos.
La primera acción del venezolano fue nombrar a José Faustino Sánchez Carrión como jefe de gobierno y reunir a sus fuerzas, las cuales llegaron a conformar un ejército de diez mil hombres. Sumado al ejército bolivariano se encontraban las guerrillas del centro que fueron asignadas al general Miller. En su intento de ingresar al valle del Mantaro, el ejército unido se encontró en las pampas de Junín con las tropas acantonadas de Canterac, librándose batalla el 6 de agosto de 1824. Lo que en un principio pareció una derrota militar bolivariana devino en victoria gracias a la intervención del escuadrón peruano Húsares del Perú, guerrilleros convertidos en fuerzas regulares liderados por Isidoro Suárez. Esta victoria hizo que las tropas realistas se acantonaran en el sur andino, último bastión fidelista en el Perú.
Bolívar dejó el mando de la tropa a Sucre y se dirigió a Lima para reconquistarla. Allí, el pánico ante la llegada del libertador se apoderó de los criollos y fidelistas, que se acantonaron en el fuerte Real Felipe del Callao, incluyendo el ex presidente Torre Tagle, quien luego moriría en dichas instalaciones. El sitio al Real Felipe por parte de Bolívar se inició el 7 de diciembre. Por otra parte, el virrey La Serna se vio estratégicamente obligado a dar batalla, para lo cual reclutó un ejército de españoles, criollos, mestizos y castas, liderado por el general realista Valdés. Luego de unos movimientos tácticos, los dos ejércitos se encontraron el 9 de diciembre de 1824 en la pampa de Ayacucho. El ataque de las caballerías realistas fue frenado por las tropas patriotas en diversas ocasiones, dando la oportunidad de ataque a los generales Córdova y Miller. El confuso repliegue realista fue el corolario de la batalla. El virrey La Serna, presente en la batalla, fue herido y tomado prisionero, mientras que los realistas desertaban en masa. Canterac, en un último intento, trató de retirar sus tropas hacia el Alto Perú, pero el desorden hizo imposible tal tentativa. La capitulación de Ayacucho, sin embargo, fue excesivamente condescendiente a los realistas, que parecían antes vencedores que vencidos.
La pacificación del territorio continuó en el Alto Perú, mientras que en Arequipa la elite criolla nombraba a un nuevo virrey, curioso dato que revela una vez más la compleja situación social de la nueva república. Finalmente, la pacificación del altiplano vino de la mano de Sucre y Gamarra, mientras que el 25 de marzo la asamblea de Chuquisaca convocada por Sucre constituyó un país independiente con el nombre de Bolivia, separando definitivamente al Perú de dicho territorio.
El último bastión realista fue el Callao. El sitio al Real Felipe fue duro, así como la resistencia española en su interior, liderada por José Ramón Rodil, quien tenía bajo su cargo a 6000 realistas. El hambre, la sed y la peste se sucedieron, así como los intentos de amotinamiento que fueron aplacados violentamente por los realistas. El sitio se prolongó por más de un año, y recién el 8 de enero de 1826 Rodil aceptó negociar. La capitulación fue tan concesiva como la de Ayacucho, y la mayoría de los funcionarios y militares realistas se quedó en el país. De los 6000 refugiados sólo sobrevivieron 2400, en su mayoría civiles, miembros de las elites criollas.
La dictadura de Simón Bolívar
La presencia de Simón Bolívar en territorio peruano nunca fue bien vista ni por las elites políticas recién conformadas, ni por la antigua elite criolla. Los primeros vieron en el libertador y dictador a un usurpador napoleónico que quiso establecer un gobierno absoluto basado en su figura, mientras que los segundos lo asociaron con su condición de extranjero que amenazaba sus privilegios de grupo.
Una vez con el Perú pacificado y completamente independiente, Bolívar emitió una nueva constitución en 1826, llamada bolivariana o vitalicia. En ella se intentó equilibrar las libertades individuales de los ciudadanos con la fuerza de la autoridad, a la vez que concentraba todo el poder en la figura del libertador.
El proyecto bolivariano comprendía formar una nación sudamericana, en ese sentido la convocatoria al congreso de Panamá el 7 de diciembre de 1824 fue el primer paso. Fueron los representantes de Colombia, México, Guatemala y Perú, también los de Estados Unidos e Inglaterra. El congreso, que sesionó un mes, no llegó a mayores acuerdos y fue un fracaso político. Las rencillas regionales avivaron viejas diferencias y la fraternidad expuesta durante las guerras de independencia se esfumó. El fracaso del congreso de Panamá fue el inicio del fin del proyecto bolivariano de unir a parte de Sudamérica en la Confederación de los Andes.
Finalmente, Simón Bolívar regresó a la Gran Colombia, la cual se separó mientras él aún vivía. Su proyecto unificador no pasó de las palabras. Cada nueva nación debía elegir su propio destino.
Consecuencias, permanencias y cambios
Los principales cambios producidos por el largo y complejo proceso de independencia se encuentran en el campo de las ideas y de los planes políticos, más que en la realidad y en los hechos concretos. Una serie de cambios estructurales, sobre todo en el ámbito político se vio contrastado por una serie de permanencias a nivel social que impiden llamar a la emancipación del Perú una verdadera revolución social.
El cambio más importante fue el nuevo régimen político. El congreso constituyente de 1822 y la primera constitución política que se produjo en 1823 determinaron que el Perú sería una república, con poderes ejecutivos y legislativos, basada en los principios liberales de la democracia, ciudadanía, propiedad privada y derechos y garantías individuales. Las libertades que permitieron las discusiones políticas y doctrinarias, así como la libertad irrestricta de prensa produjeron largos debates sobre la libertad, la democracia y el progreso nacional.
Este debate doctrinario e ideológico, paradójicamente, no se vio traducido al campo de las acciones. Las permanencias sociales coloniales continuaron configurando al Perú republicano, que, si bien se sostenía sobre una base de igualdad liberal, ésta parecía estar destinada más a las clases políticas dominantes, herederas de las elites criollas y de advenedizos grupos de poder, como los militares. En realidad, muy poco cambió en la estratificación social peruana. Sus presidentes parecían monarcas, el ejército siguió detentando una hegemonía que luego se haría crónica luego de muchas décadas de vida republicana, los indios siguieron pagando tributo y los negros siguieron siendo esclavos. Dichos sectores populares estuvieron al margen de las decisiones políticas y de los planes de gobierno, mientras se configuraba un Estado favorecedor de la aristocracia limeña principalmente y de la provinciana en un segundo término.
Otra permanencia es la crisis económica. En los últimos años del virreinato, como ya ha sido mencionado, los gastos de los ejércitos represores realistas y las respectivas crisis comerciales y mineras se vieron agudizados con los ingresos de los ejércitos sanmartinianos y bolivarianos respectivamente. La destrucción de haciendas, los saqueos, las requisas, los cupos, las donaciones voluntarias u obligatorias, dejaron a los antiguos grupos de poder comercial y productivo prácticamente en la bancarrota. Esto produjo el intento de la aristocracia comerciante por volver a privilegios y mercedes coloniales del siglo XVIII en la producción y el comercio.
Una consecuencia que se debate entre la permanencia de una tendencia y el cambio es el apogeo de los militares. Si bien durante la segunda mitad del siglo XVIII los militares habían aumentado su poder considerablemente gracias a las continuas represiones en todo el continente, esta tendencia se agudizó a inicios del XIX, cuando se debieron enfrentar a las elites criollas de virreinatos como el de Buenos Aires. A partir de entonces, la corona dio una serie de fueros y privilegios a los militares de alto rango que les permitían actuar contra los poderosos criollos. Fueron esos mismos militares los que asumieron el mando del virreinato representados por José de la Serna, y conservaron sus cargos y fueros luego de las concesivas capitulaciones de Ayacucho y del Callao. Además, los generales que llegaron con las dos campañas libertadoras y el advenimiento de una serie de líderes regionales rápidamente convertidos en militares de mediano rango con mando efectivo, fortalecieron a este nuevo grupo que se encontraba disperso por el territorio nacional. En muchas ocasiones, estos caudillos militares fueron los árbitros y negociadores de las exigencias de sectores provinciales que buscaban los beneficios que habían recibido durante la colonia y que ahora eran centralizados por el poder político y la aristocracia. Las consecuencias directas de este apogeo es la crisis política que siguió a la independencia y la inestabilidad posterior hasta mediados del siglo XIX.
Las relaciones comerciales internacionales tampoco cambiaron con respecto a los últimos años de la colonia. Ya el comercio con España había caído en decadencia y los productos norteamericanos e ingleses habían inundado el menguado mercado peruano. Luego de la independencia, esta tendencia no cambió, sino se confirmó y agudizó. El ingreso de productos foráneos al mercado interno ante la debilidad de los antiguos comerciantes limeños fue inevitable, así como la influencia de estas nuevas potencias en los ámbitos de la vida política nacional.
Los pocos o nulos cambios estructurales que se produjeron luego de las guerras de independencia en el Perú provocaron un temprano atraso en el desarrollo de la nueva república. Las clases dominantes políticas no realizaron las transformaciones sustantivas que requerían los nuevos tiempos y la situación internacional cambiante. La nueva república del Perú nacía sin la menor participación de los sectores populares, que, si bien no intervinieron mayoritariamente en las guerras de independencia, lo hicieron en mayor medida que la elite criolla limeña. La configuración de la política y sociedad peruana republicana poco se diferenció de su pasado colonial, dando inicio a un nuevo ciclo en la historia del Perú sin los cambios estructurales necesarios para plasmar en la realidad lo que se debatía en los espacios públicos.