Independencia del Perú

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Historia

Independencia del Perú

Temario de Historia del Perú
Proclamación de la Independencia del Perú. | Óleo de Juan Lepiani.

La mayoría de los historiadores coincide que el proceso más antiguo que dio origen a la independencia del Perú fueron las reformas borbónicas. Este largo periodo en que una serie de medidas políticas y económicas restrictivas y represivas provocó que una amplia gama de sectores, criollos, mestizos e indios participaran en movimientos sociales en los sectores geográficos donde las reformas afectaron de manera más aguda. Sin embargo, las ideas reformistas que se expusieron en la época, en los planes políticos de los levantamientos, junto a algún discurso separatista ligado a un milenarismo indígena, no tuvieron los resultados inmediatos esperados.

En vez de dividir a la población en españoles y peruanos o americanos, los levantamientos y rebeliones separaron a las elites criollas y mestizas de las masas indígenas, pues las primeras temían que un desborde popular transforme la estructura jerárquica de la sociedad colonial. Por último, si bien durante esta época se dieron pugnas entre la elite limeña y la provinciana, éstas no fueron decisivas en el posterior proceso de independencia, brindando más bien apoyo una vez que los ejércitos libertadores ya se encontraban en territorio peruano, como en el caso de las montoneras o las donaciones.

Otro punto común entre los historiadores es que un antecedente se encuentra en las ideas de la Ilustración y del Liberalismo. La Ilustración, corriente de pensamiento que tuvo su más alto desarrollo en Francia en el siglo XVIII, propuso un mundo basado en la razón como modo de progreso que traería la felicidad a los hombres. Sus postulados están ligados al desarrollo de la tecnología y los avances de las ciencias naturales con la finalidad del mejoramiento social estaban ligados intrínsecamente con la educación.

Por otro lado, el Liberalismo es la expresión política de la Ilustración, y se basa en la concepción individualista del mundo. Dentro de esa preeminencia del individuo, el sistema político no podía estar fundamentado en la Providencia, sino en el sufragio universal y el Estado debía sostenerse en la división de poderes, la defensa de la propiedad, la tolerancia de cultos, la igualdad entre los hombres y la abolición de la esclavitud. Si bien esas ideas llegaron y se difundieron en círculos académicos, grupos intelectuales y en espacios políticos recién creados, su propagación fue muy limitada y no se configuró como una ideología dominante.

El discurso de la Ilustración y del Liberalismo fue el motor de los pensadores políticos de los últimos años de la colonia y de los primeros de la república, y los encontramos en una serie de pensadores como Hipólito Unanue, José Baquíjano y Carrillo, Toribio Rodríguez de Mendoza y Juan Pablo Viscardo y Guzmán; y publicaciones, como El mercurio peruano (1791-1795), el Semanario crítico y el Diario de Lima. Los atisbos de racionalismo y nacionalismo de sus planteamientos, que rara vez incluyeron ideas separatistas y realmente reformadoras, no se difundieron a través de la cerrada y estamentaria sociedad colonial, quedando así en el intento aislado de un grupo de hombres.

La historia europea también brinda una serie de hechos interesantes. La guerra entre España y Francia (1793) y luego entre estas dos contra Inglaterra (1796) debilitaron la presencia de la metrópoli en las colonias americanas. Los triunfos ingleses cambiaron la configuración de poder no sólo en Europa, sino también afectaron a los virreinatos, sobre todo en la medida que el comercio ultramarino de las últimas décadas del XVIII e inicios del XIX fue mayoritariamente inglés, sobre todo después de Trafalgar (1805). Más importante fue la invasión napoleónica a España, que como veremos más adelante remeció los cimientos de las elites y de la burocracia política al crear una crisis de legitimidad que fue recibida de diversas maneras según el virreinato. La creación de la Junta Central en Cádiz, la emisión de una constitución liberal en 1812 y el retorno al absolutismo en 1814, para que tan sólo seis años después una rebelión liberal en España vuelva a cambiar la naturaleza política de la corona, sacudieron una y otra vez a las clases dominantes americanas.

En virreinatos como el Río de la Plata y Nueva Granada se organizaron grupos criollos que apostaban por el separatismo en la medida también que favorecía sus intereses, al luchar contra el absolutismo y el control de la economía colonial. En los virreinatos del Perú y de México, por ejemplo, las elites permanecieron fieles a la corona en la medida que ésta garantizaba sus beneficios y fueros, y más alzó su voz para llamar al separatismo en los momentos en que España parecía dar un giro liberal y ya no podía encargarse de mantener la situación colonial en América, por lo cual otro grupo debía hacerlo.

Proceso independentista del Perú

La llegada del primero de los ejércitos independentistas que pisarían suelo peruano se dio en un momento de gran convulsión en casi todas las esferas sociales virreinales. La crisis económica galopante que se volvió más crítica con la independencia de Chile no hizo sino ahondar los gastos en defensa y desarticular el comercio con dicha región. Las campañas represoras financiadas en parte por el Estado y en parte por la elite limeña, también afectó a los sectores provincianos donde se libraron las batallas y quienes debían refinanciar a las tropas realistas. Por otro lado, la opresión que sufrían los sectores más populares provocó adhesiones voluntarias al ejército sanmartiniano, mientras que otras se hicieron de manera compulsiva o mediante la entrega de beneficios y libertades particulares.

En las haciendas de la costa, cuya mano de obra mayoritaria fue la de esclavos negros, se dieron las primeras manifestaciones de apoyo, mientras que la campaña de Álvarez de Arenales en la sierra atrajo no pocos adeptos a la causa separatista.

Donde la causa sanmartiniana no fue vista con buenos ojos, evidentemente, fue en la aristócrata Lima. Inclusive con la crisis económica causada por la onerosa y ya inútil defensa del virreinato y el aislamiento económico, las elites apostaron al monopolio y absolutismo económico brindado por la Corona española, al menos hasta 1820 antes de la rebelión del general Rafael de Riego. Finalmente, el ejército extranjero tuvo que ser aceptado en la medida que garantizaba el orden interno y planteaba una monarquía constitucional, pero su debilidad militar, los errores tácticos de San Martín y su adicción al opio producto de enfermedades quebraron las posibilidades de consolidar la independencia en el Perú.

Los primeros atisbos de vida republicana formal se ven en la creación del primer Congreso Constituyente en 1822 y la primera constitución ese mismo año, de corte liberal. También se ve el inicio de la anarquía política y de la intromisión del ejército en los asuntos del poder civil, tendencias de la vida republicana que durarían más de un siglo.

Finalmente, con la independencia consolidada gracias a las tropas bolivarianas con la participación de montoneras peruanas que respondieron a intereses de elites y grupos medios provinciales, y luego con el fracaso del proyecto confederativo bolivariano, el Perú asumió el reto de vivir en una república. 

Sin embargo, como veremos en las líneas siguientes, no se produjeron las rupturas estructurales necesarias que mantuvieron a la sociedad peruana colonial por más de trescientos años, y la nueva república nació con más permanencias que con cambios. 

El atraso galopante que se vería en los años siguientes fueron producto del mantenimiento de estructuras arcaicas de segregación, poder, clientelismo y feudalización que prevalecieron gracias a los deseos de la aristocracia. 

Nuevos sectores como los caudillos, ligados al ejército y a las elites provinciales, serían los portavoces de exigencias y demandas de grupos de poder que no tenían participación directa en la política, mientras que la gran mayoría de la población indígena permanecería al margen de la comunidad imaginada.

Corriente Independentista del Sur

El desembarco de San Martín en las costas de Paracas en 1820 se produjo en un momento en que la historia española dio un nuevo giro. La revolución liberal del general Riego en la Península causó que finalmente parte de la sociedad criolla de los virreinatos más importantes de Hispanoamérica, México y Perú, decida separarse de la metrópoli. Los deseos absolutistas de la elite criolla limeña no sólo los habían aislado de sus pares en otros virreinatos, sino que también engendró una serie de enemistades y tensiones con sectores de poder en el interior, norte y sur del país.

Asimismo, el debilitamiento económico de la elite era palpable. Sumado a la crisis comercial, agrícola y minera, en 1818 se sumó un nuevo problema, el fin del comercio de azúcar con Chile luego de su independencia. La economía agrícola costeña sufrió entonces un nuevo golpe, mientras las elites criollas seguían financiando, cada vez en menor cantidad, las guerras de represión y la defensa del virreinato. La deuda interna del estado virreinal subió vertiginosamente a medida que se sucedían las guerras de independencia, mientras que el déficit comercial hacía imposible el pago de las importaciones británicas.

Campaña del Perú

El general argentino José de San Martín (1778-1850) tenía la idea fija que la única manera de consolidar la independencia en los virreinatos sudamericanos era conseguir la misma en el virreinato peruano. Luego de intentar el ingreso por el Alto Perú en repetidas ocasiones, sin éxito gracias a la férrea defensa de los realistas, San Martín venció a los realistas en Maipú en enero de 1818 y consiguió la independencia de Chile. La llegada al Pacífico, militarmente hablando, significó la posibilidad inminente de desembarcar sobre todo luego que la defensa marítima del virreinato peruano fuera golpeada dos veces en enero y setiembre de 1819 por la flota rebelde liderada por el mercenario inglés Tomás A. Cochrane. La Armada peruana destruida ahondó más aun las contradicciones dentro del escenario virreinal, pues ahora los comerciantes limeños se habían quedado sin flota mercante, pero no habían cambiado su opción fidelista. Luego de los hechos marítimos, en abril de 1819, Supe al norte del virreinato se declaró independiente.

El desembarco en la bahía de Paracas, a unos 200 kilómetros al sur de Lima, de cuatro mil hombres argentinos y chilenos buscó acelerar y agudizar las tensiones internas del virreinato, a la vez que apoyar a las causas separatistas locales existentes. Entre octubre de 1820 y abril de 1821, gracias a la campaña proselitista de Álvarez de Arenales y al anuncio de la libertad de los negros esclavos si se unían al movimiento, el ejército sanmartiniano contó con sus primeros aliados peruanos. El posterior traslado a Huacho, en la costa norte, tuvo el mismo efecto de acelerar un proceso que hubiese demorado mucho tiempo. El 29 de diciembre la ciudad de Trujillo declaró su independencia y su apoyo a San Martín, luego Piura, Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas hicieron lo mismo. Este proceso merece ser analizado cuidadosamente, pues las intenciones de hombres como el criollo limeño José Bernardo Tagle, marqués de Torre Tagle, intendente de Trujillo y principal gestor de la declaración de independencia en su localidad, aun no son claras. Para algunos investigadores la independencia de esas localidades fue producto no de la llegada del ejército sanmartiniano, sino de la voluntad popular por emanciparse de España; mientras que, para otros académicos, debe verse el problema más como una cuestión de intereses económicos y políticos, como el caso mismo de Torre Tagle a quien le eran conocidas sus frustradas expectativas por ser nombrado en un cargo más alto.

Para 1820, San Martín había consolidado el norte peruano, Cochrane ejercía un bloqueo en el puerto del Callao y en la sierra central se organizaban montoneras en respaldo a la independencia, organizadas por sectores medios y comerciantes ligados a las minas de plata y al comercio local. Aun así, Lima permanecía como el bastión realista y las fuerzas realistas, militarmente, eran mucho más numerosas que las sanmartinianas.

La estrategia de San Martín fue la de negociar con las autoridades virreinales y tranquilizar a la aristocracia local con planteamientos moderados, mientras esperaba la adhesión criolla a su causa. Los planteamientos de San Martín fueron los de instaurar un nuevo gobierno monárquico independiente bajo el mando de un miembro de la familia real española.

La conversación entre realistas y sanmartinianos en Miraflores en setiembre de 1820 no llegó a mayores acuerdos, salvo confirmar el deseo de San Martín de causar el menor derramamiento de sangre posible. Mientras, la misión de Álvarez de Arenales logró organizar fuerzas insurgentes en la zona de la sierra central y Cochrane capturó la fragata Esmeralda en noviembre, con lo cual afianzó su dominio en el litoral.

Para este momento, ya algunas deserciones se habían producido del bando realista al libertador, lo que aumentó la desconfianza de los oficiales españoles frente a sus subordinados mestizos y criollos.

Las derrotas del ejército realista y la situación crítica del virreinato llevaron a que el ejército realista obligue al virrey Joaquín de la Pezuela a renunciar a favor del general José de la Serna. Nuevas conversaciones entre realistas y sanmartinianos se llevaron a cabo en la hacienda Punchauca en junio de 1821, en donde San Martín confirmó aún más su intención de establecer una monarquía constitucional independiente. La Serna evaluó su situación y decidió que Lima no era una plaza adecuada para defender el régimen colonial, pues los sanmartinianos eran más fuertes en la costa y salvo las guerrillas del centro, que dicho sea de paso ejercían una presión leve pero latente en Lima, las fuerzas realistas eran muy superiores en los andes. Además, luego del desastre económico de la elite criolla limeña y del nulo apoyo que ésta brindaba, los realistas prefirieron contar con los suministros y mano de obra que proporcionaba la sierra. Además, la militarización de la sierra sur desde la rebelión del Cuzco de 1814 y luego por las constantes represiones en el Alto Perú hacía de la zona un bastión realista. El 6 de julio los realistas partieron de la costa hacia Cuzco, donde establecieron su centro de operaciones. San Martín no autorizó el ataque a los realistas, acción sugerida por Álvarez de Arenales, y provocó que el ejército realista aplastara las montoneras y guerrillas organizadas.

La sorpresiva salida de La Serna de Lima dejó a la ciudad sin protección por cuatro días, en los cuales hubo manifestaciones violentas contra establecimientos comerciales de criollos. La entrada a la ciudad, sin resistencia, por parte de San Martín el 10 de julio fue por ello bien recibida por casi todos los sectores, menos por la elite que aun observaba con recelo a los libertadores. La aristocracia limeña tuvo que aceptar el proyecto libertador de San Martín, más obligada por las circunstancias que por decisión propia, mas no brindó mucho apoyo económico. De esa manera, la firma del acta de la Independencia el 15 de julio por parte de la aristocracia limeña y la posterior declaratoria el 28 del mismo mes fueron simples formalidades. La real independencia del Perú se lograría con la derrota de las tropas realistas acantonadas en los andes.

Congreso Constituyente de 1823

La situación del Perú era ambigua. Con una Lima declarando la independencia y la sierra dominada por los realistas, el desorden en parte provocado por las indecisiones estratégicas de San Martín, quien se mostró más que tibio al no atacar a las tropas comandadas por el realista Canterac que en setiembre ingresaron al Callao y regresaron a la sierra con todos los pertrechos militares del Real Felipe. Este titubeo provocó que algunos de los generales sanmartinianos pensaran en derrocarlo, entre ellos Cochrane, quien al final decidió retirarse -desertar- a Chile no sin antes saquear toda la reserva de plata de Lima. La crisis y el caos poco a poco fueron invadiendo al Perú recientemente liberado. La falta de financiamiento agudizada por la crisis económica que azotaba al Perú recientemente liberado frustró los intentos de incursionar en la sierra en busca de los realistas. La crisis social que fue amenguada por las tropas de San Martín en Lima se fue agudizando a medida que pasaban los días y no había resultados concretos. La elite limeña, dubitativa, no confiaba por completo en San Martín y temía el caos social o rebelión de sectores populares. Algunos se escondieron en los conventos mientras que otros fundaron la Sociedad Patriótica de Lima en enero de 1822, que buscaba conservar una aristocracia de origen colonial que garantizase sus intereses políticos.

Las medidas del ministro sanmartiniano y mano derecha del libertador, el bonaerense Bernardo de Monteagudo, estuvieron destinadas a reprimir las manifestaciones fidelistas en las elites criollas y españolas. Monteagudo se enfrascó en una lucha de odio contra la elite limeña y buscó socavar tanto sus fuentes de poder como su libertad de acción. La elite, que se vio fuera de los cargos públicos, debió sufrir además la requisa de muchos de sus bienes que pasaron a manos de los militares.

En ese contexto, y mientras las fuerzas libertadoras del norte consolidaban la independencia en el antiguo virreinato de Nueva Granada, es que se convocó el Congreso Constituyente que debía decidir el tipo de régimen político. Las tendencias republicanas eran las mayoritarias, así como las proespañolas dentro de ese régimen. El 29 de setiembre, ya sin San Martín ni con Bernardo de Monteagudo en Lima y luego de las conversaciones que el primero tuvo con Simón Bolívar en Guayaquil, se instaló el Congreso bajo la presidencia de Francisco Xavier de Luna Pizarro. La gran mayoría de los diputados había pasado por el Real Convictorio de San Carlos y eran liberales republicanos, influenciados por la inspiración de Toribio Rodríguez de Mendoza. A su regreso, San Martín renunciaría ante el mismo congreso el 21 de setiembre de 1822 y se retiraría del Perú.

El 12 de noviembre de 1823 se promulgó la primera constitución, republicana y liberal, mientras se organizaba una ofensiva contra el ejército realista. Se declaró también una junta de gobierno liderada por el general José de la Mar, ex realista.

Las acciones emprendidas por el Congreso contra las fuerzas realistas fracasaron, en las llamadas campañas a los puertos intermedios. Se intentó dividir a las tropas realistas con un ataque simultáneo de tropas peruanas y bonaerenses en el Alto Perú, sin éxito. En octubre de 1822, tropas lideradas por Rudecindo Alvarado salieron a hacerle frente a La Serna, quien no tuvo problemas en derrotarlos. Inclusive con las victorias parciales de Miller, para inicios de 1823 la ofensiva había fracasado y concluido. Esta nueva crisis provocó el primer golpe de estado de la historia republicana. El 26 de febrero los generales del ejército, grupo que había adquirido grandes cantidades de poder y fueros, obligaron al Congreso a designar como nuevo presidente del Perú a José de la Riva Agüero.

La siguiente campaña a los puertos intermedios partió en mayo de 1823, bajo el mando del general Santa Cruz. Ocuparon Arica, Tacna, Moquegua y posteriormente Oruro. Sin embargo, militarmente esta campaña fue nuevamente un fracaso, pues los territorios recuperados eran marginales a la situación bélica y no se dio ninguna victoria de envergadura frente al ejército realista. En cambio, ante la nula defensa de Lima, las tropas realistas tomaron la ciudad el 18 de junio en una acción militarmente intrascendente, pero lograron desencadenar un reacomodo social a la nueva situación que devino en una crisis política. Parte del Congreso se pasó al bando realista al igual que la elite criolla que no había tenido participación directa en la firma del acta de independencia, mientras que unas diez mil personas dejaban la ciudad temerosa a las represalias del bando realista. Riva Agüero fue destituido por el Congreso que se había trasladado al Callao ante las negociaciones que éste hiciera con el Virrey. Sin embargo, Riva Agüero se negó a dejar el poder y se trasladó a Trujillo con diez miembros del dividido Congreso, donde siguió sus negociaciones con el Virrey. El Congreso entonces nombró a Torre Tagle nuevo presidente y traidor a Riva Agüero, a la vez que extendía una invitación a Simón Bolívar para que sus tropas ingresaran a territorio peruano y dieran resolución a la crisis galopante. El 1 de setiembre, cuando Bolívar llegó al Callao, el Perú tenía dos presidentes, un virrey y estaba virtualmente en bancarrota.

Corriente Independentista del Norte

Las tropas libertadoras del venezolano Simón Bolívar (1783-1830) lograron sus primeras victorias en 1813, para luego lanzar una nueva y definitiva ofensiva en 1817 llegando a liberar Bogotá el 10 de agosto.

Luego de la creación de la Gran Colombia, se dirigió a su tierra natal, Venezuela, y consiguió su independencia el 24 de junio de 1820. A continuación, se dirigió junto al general José Antonio de Sucre hacia el Perú, donde tuvieron su primer contacto con los peruanos en la independencia de Quito.

Allí las tropas al mando de Santa Cruz apoyaron a las bolivarianas. La ocupación de Quito y Guayaquil en mayo de 1822 abrió otro frente de batalla, que a la postre sería el decisivo. Las tropas provenientes de la Gran Colombia esperaron, expectantes, a que los acontecimientos en el territorio peruano inclinaran la balanza para uno u otro lado antes de intervenir.

Conferencia de Guayaquil

Entrevista de Guayaquil
Entrevista de Guayaquil (1822), entre los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar. | Ilustración: J. Collignon.

Luego de la crisis fiscal y militar desatada en el territorio peruano recién liberado, San Martín buscó en Bolívar una opción para derrotar a los realistas que seguían acantonados en el Cuzco y dominando la serranía peruana.

En julio de 1822 se produjo el encuentro entre los dos generales en Guayaquil, el cual duró cuatro días y en él parece haberse llegado a ningún acuerdo específico sobre las acciones que se debían seguir para conseguir la completa independencia del Perú.

No hay testimonio escrito de lo sucedido en Guayaquil, pero al parecer Bolívar ofreció un tenue apoyo militar a San Martín, quien regresó a Lima para encontrarse con que el Congreso recientemente instaurado había desterrado a Bernardo de Monteagudo, su asesor más importante. José de San Martín, enfermo y derrotado, decidió renunciar al protectorado y dejar Lima el 21 de setiembre de 1822 con rumbo a Valparaíso.

El caos posterior durante la presidencia de Torre Tagle y de Riva Agüero provocó que el Congreso extendiera la invitación a Simón Bolívar para que ingresara con sus tropas en territorio peruano. Reconociendo en esta invitación la mejor oportunidad para gobernar de manera absoluta y sin competidores, Bolívar se dirigió hacia el Callao.

Consolidación de la Independencia

Con la llegada de Simón Bolívar a Lima el 1 de setiembre de 1822 se dio un nuevo ciclo de batallas y negociaciones en la medida que la correlación de fuerzas había cambiado una vez más y que se debían establecer nuevas alianzas con las elites. Bolívar sólo aceptó el cargo militar que le fue ofrecido, más no el político, por lo cual y nominalmente el presidente del Perú seguía siendo Torre Tagle.

La situación de Riva Agüero en Trujillo seguía sin resolverse. Tenía bajo su mando las tropas lideradas por Guise y Santa Cruz, y además consiguió el apoyo de los líderes guerrilleros de la zona al anunciar que su guerra era en contra del nuevo dominio extranjero. Sus aspiraciones eran las de la elite criolla que buscó un punto medio de restauración monárquica, así que entabló relaciones con La Serna, ofreciéndole un pacto y el mismo sistema de gobierno que le ofreció San Martín, una monarquía constitucional. Finalmente, Riva Agüero fue traicionado por sus propios hombres y desterrado hacia Panamá el 25 de noviembre de 1822, mientras que sus generales se unían a las tropas bolivarianas.

Mientras tanto, Bolívar decidió que a causa de la anarquía política no era posible defender la capital y decidió partir a Trujillo para iniciar el ataque final a los realistas. Las tropas fidelistas ocuparon nuevamente Lima desde febrero hasta diciembre de 1824, desatando una vez más una crisis política que esta vez incluyó la deserción del propio presidente de la república, Torre Tagle, al bando realista. El liderazgo patriota en Lima desapareció, la aristocracia recibió una vez más con los brazos abiertos a los españoles y Bolívar monopolizó todos los poderes, con lo cual el destino de la independencia del Perú quedaba enteramente en sus manos.

La primera acción del venezolano fue nombrar a José Faustino Sánchez Carrión como jefe de gobierno y reunir a sus fuerzas, las cuales llegaron a conformar un ejército de diez mil hombres. Sumado al ejército bolivariano se encontraban las guerrillas del centro que fueron asignadas al general Miller. En su intento de ingresar al valle del Mantaro, el ejército unido se encontró en las pampas de Junín con las tropas acantonadas de Canterac, librándose batalla el 6 de agosto de 1824. Lo que en un principio pareció una derrota militar bolivariana devino en victoria gracias a la intervención del escuadrón peruano Húsares del Perú, guerrilleros convertidos en fuerzas regulares liderados por Isidoro Suárez. Esta victoria hizo que las tropas realistas se acantonaran en el sur andino, último bastión fidelista en el Perú.

Bolívar dejó el mando de la tropa a Sucre y se dirigió a Lima para reconquistarla. Allí, el pánico ante la llegada del libertador se apoderó de los criollos y fidelistas, que se acantonaron en el fuerte Real Felipe del Callao, incluyendo el ex presidente Torre Tagle, quien luego moriría en dichas instalaciones. El sitio al Real Felipe por parte de Bolívar se inició el 7 de diciembre. Por otra parte, el virrey La Serna se vio estratégicamente obligado a dar batalla, para lo cual reclutó un ejército de españoles, criollos, mestizos y castas, liderado por el general realista Valdés. Luego de unos movimientos tácticos, los dos ejércitos se encontraron el 9 de diciembre de 1824 en la pampa de Ayacucho. El ataque de las caballerías realistas fue frenado por las tropas patriotas en diversas ocasiones, dando la oportunidad de ataque a los generales Córdova y Miller. El confuso repliegue realista fue el corolario de la batalla. El virrey La Serna, presente en la batalla, fue herido y tomado prisionero, mientras que los realistas desertaban en masa. Canterac, en un último intento, trató de retirar sus tropas hacia el Alto Perú, pero el desorden hizo imposible tal tentativa. La capitulación de Ayacucho, sin embargo, fue excesivamente condescendiente a los realistas, que parecían antes vencedores que vencidos.

La pacificación del territorio continuó en el Alto Perú, mientras que en Arequipa la elite criolla nombraba a un nuevo virrey, curioso dato que revela una vez más la compleja situación social de la nueva república. Finalmente, la pacificación del altiplano vino de la mano de Sucre y Gamarra, mientras que el 25 de marzo la asamblea de Chuquisaca convocada por Sucre constituyó un país independiente con el nombre de Bolivia, separando definitivamente al Perú de dicho territorio.

El último bastión realista fue el Callao. El sitio al Real Felipe fue duro, así como la resistencia española en su interior, liderada por José Ramón Rodil, quien tenía bajo su cargo a 6000 realistas. El hambre, la sed y la peste se sucedieron, así como los intentos de amotinamiento que fueron aplacados violentamente por los realistas. El sitio se prolongó por más de un año, y recién el 8 de enero de 1826 Rodil aceptó negociar. La capitulación fue tan concesiva como la de Ayacucho, y la mayoría de los funcionarios y militares realistas se quedó en el país. De los 6000 refugiados sólo sobrevivieron 2400, en su mayoría civiles, miembros de las elites criollas.

 

Dictadura de Simón Bolívar

La presencia de Simón Bolívar en territorio peruano nunca fue bien vista ni por las elites políticas recién conformadas, ni por la antigua elite criolla. Los primeros vieron en el libertador y dictador a un usurpador napoleónico que quiso establecer un gobierno absoluto basado en su figura, mientras que los segundos lo asociaron con su condición de extranjero que amenazaba sus privilegios de grupo.

Una vez con el Perú pacificado y completamente independiente, Bolívar emitió una nueva constitución en 1826, llamada bolivariana o vitalicia. En ella se intentó equilibrar las libertades individuales de los ciudadanos con la fuerza de la autoridad, a la vez que concentraba todo el poder en la figura del libertador.

El proyecto bolivariano comprendía formar una nación sudamericana, en ese sentido la convocatoria al congreso de Panamá el 7 de diciembre de 1824 fue el primer paso. Fueron los representantes de Colombia, México, Guatemala y Perú, también los de Estados Unidos e Inglaterra. El congreso, que sesionó un mes, no llegó a mayores acuerdos y fue un fracaso político. Las rencillas regionales avivaron viejas diferencias y la fraternidad expuesta durante las guerras de independencia se esfumó. El fracaso del congreso de Panamá fue el inicio del fin del proyecto bolivariano de unir a parte de Sudamérica en la Confederación de los Andes.

Finalmente, Simón Bolívar regresó a la Gran Colombia, la cual se separó mientras él aún vivía. Su proyecto unificador no pasó de las palabras. Cada nueva nación debía elegir su propio destino.

Consecuencias de la Independencia

Los principales cambios producidos por el largo y complejo proceso de independencia se encuentran en el campo de las ideas y de los planes políticos, más que en la realidad y en los hechos concretos. Una serie de cambios estructurales, sobre todo en el ámbito político se vio contrastado por una serie de permanencias a nivel social que impiden llamar a la emancipación del Perú una verdadera revolución social.

El cambio más importante fue el nuevo régimen político. El congreso constituyente de 1822 y la primera constitución política que se produjo en 1823 determinaron que el Perú sería una república, con poderes ejecutivos y legislativos, basada en los principios liberales de la democracia, ciudadanía, propiedad privada y derechos y garantías individuales. Las libertades que permitieron las discusiones políticas y doctrinarias, así como la libertad irrestricta de prensa produjeron largos debates sobre la libertad, la democracia y el progreso nacional.

Este debate doctrinario e ideológico, paradójicamente, no se vio traducido al campo de las acciones. Las permanencias sociales coloniales continuaron configurando al Perú republicano, que, si bien se sostenía sobre una base de igualdad liberal, ésta parecía estar destinada más a las clases políticas dominantes, herederas de las elites criollas y de advenedizos grupos de poder, como los militares. En realidad, muy poco cambió en la estratificación social peruana. Sus presidentes parecían monarcas, el ejército siguió detentando una hegemonía que luego se haría crónica luego de muchas décadas de vida republicana, los indios siguieron pagando tributo y los negros siguieron siendo esclavos. Dichos sectores populares estuvieron al margen de las decisiones políticas y de los planes de gobierno, mientras se configuraba un Estado favorecedor de la aristocracia limeña principalmente y de la provinciana en un segundo término.

Otra permanencia es la crisis económica. En los últimos años del virreinato, como ya ha sido mencionado, los gastos de los ejércitos represores realistas y las respectivas crisis comerciales y mineras se vieron agudizados con los ingresos de los ejércitos sanmartinianos y bolivarianos respectivamente. La destrucción de haciendas, los saqueos, las requisas, los cupos, las donaciones voluntarias u obligatorias, dejaron a los antiguos grupos de poder comercial y productivo prácticamente en la bancarrota. Esto produjo el intento de la aristocracia comerciante por volver a privilegios y mercedes coloniales del siglo XVIII en la producción y el comercio.

Una consecuencia que se debate entre la permanencia de una tendencia y el cambio es el apogeo de los militares. Si bien durante la segunda mitad del siglo XVIII los militares habían aumentado su poder considerablemente gracias a las continuas represiones en todo el continente, esta tendencia se agudizó a inicios del XIX, cuando se debieron enfrentar a las elites criollas de virreinatos como el de Buenos Aires. A partir de entonces, la corona dio una serie de fueros y privilegios a los militares de alto rango que les permitían actuar contra los poderosos criollos. Fueron esos mismos militares los que asumieron el mando del virreinato representados por José de la Serna, y conservaron sus cargos y fueros luego de las concesivas capitulaciones de Ayacucho y del Callao. Además, los generales que llegaron con las dos campañas libertadoras y el advenimiento de una serie de líderes regionales rápidamente convertidos en militares de mediano rango con mando efectivo, fortalecieron a este nuevo grupo que se encontraba disperso por el territorio nacional. En muchas ocasiones, estos caudillos militares fueron los árbitros y negociadores de las exigencias de sectores provinciales que buscaban los beneficios que habían recibido durante la colonia y que ahora eran centralizados por el poder político y la aristocracia. Las consecuencias directas de este apogeo es la crisis política que siguió a la independencia y la inestabilidad posterior hasta mediados del siglo XIX.

Las relaciones comerciales internacionales tampoco cambiaron con respecto a los últimos años de la colonia. Ya el comercio con España había caído en decadencia y los productos norteamericanos e ingleses habían inundado el menguado mercado peruano. Luego de la independencia, esta tendencia no cambió, sino se confirmó y agudizó. El ingreso de productos foráneos al mercado interno ante la debilidad de los antiguos comerciantes limeños fue inevitable, así como la influencia de estas nuevas potencias en los ámbitos de la vida política nacional.

Los pocos o nulos cambios estructurales que se produjeron luego de las guerras de independencia en el Perú provocaron un temprano atraso en el desarrollo de la nueva república. Las clases dominantes políticas no realizaron las transformaciones sustantivas que requerían los nuevos tiempos y la situación internacional cambiante. La nueva república del Perú nacía sin la menor participación de los sectores populares, que, si bien no intervinieron mayoritariamente en las guerras de independencia, lo hicieron en mayor medida que la elite criolla limeña. La configuración de la política y sociedad peruana republicana poco se diferenció de su pasado colonial, dando inicio a un nuevo ciclo en la historia del Perú sin los cambios estructurales necesarios para plasmar en la realidad lo que se debatía en los espacios públicos.

Conquista del Tahuantinsuyo

Conquista Inca

Proceso histórico de anexión y destrucción del Tahuantinsuyo al Imperio español.

Edad Media

Edad Media

Periodo de cerca de mil años iniciado en 476 d. C., con el fin del Imperio Romano de Occidente.

Cultura Chavín

Cultura Chavín

Cultura matriz del Perú antiguo localizada en Ancash, fue descubierto por Julio C. Tello.

Invasiones Bárbaras

Invasión Bárbara

Migraciones producidas por los bárbaros en Europa entre los S. III y VIII d. C.

Cromosomas

Cromosomas

Cuerpos nucleares que resultan de la duplicación y condensación de la cromatina.

Separatas Educativas
Separatas Educativas