Rebelión de Juan Santos Atahualpa

Historia

Rebelión de Juan Santos Atahualpa

Rebelión de Juan Santos Atahualpa
Juan Santos Atahualpa en Quimiri, encarando a un grupo de misioneros franciscanos. Estos, considerados cómplices del abuso y explotación de los nativos, fueron expulsados. Pintura de Gabriel Sala (siglo XIX).

La rebelión de Juan Santos Atahualpa Apu Inca Huayna Cápac se desarrolló en la selva central, entre los departamentos de Huánuco, Junín, Pasco y Ayacucho. Fue una de las más importantes del siglo XVIII, no sólo por su larga duración (1742-1752), sino también por su propuesta mesiánica y sus éxitos militares.

Acercarse a la vida de Juan Santos Atahualpa es, sin embargo, un misterio. De él es poco lo que se sabe a ciencia cierta y abundan las especulaciones sobre su educación, orígenes e inclusive la fecha y circunstancias de su muerte, hechos que contribuyen a darle una imagen de leyenda. Indio o mestizo, Juan Santos nació en el Cusco o en un poblado de las cercano, unos treinta años antes de liderar la rebelión, alrededor de 1712. Estudió con los Jesuitas en el Cusco y gracias a ellos viajó por España, Francia, Inglaterra y Angola. Se dice también que además del castellano y el quechua, hablaba el latín y varios dialectos selváticos.

La selva central

La zona donde Juan Santos empezó su levantamiento tiene una importancia particular. El Gran Pajonal, ubicado en Tarma, en la selva central, fue un centro de misioneros franciscanos dedicados a evangelizar a las etnias selváticas, así como también de algunos buscadores de oro.

 En esta región y durante esa época se descubrieron grandes depósitos de sal, que fueron rápidamente explotados por los españoles, utilizando la fuerza de trabajo de la zona, con los conocidos maltratos de la mita colonial. 

También hay referencias de maltratos por parte de los misioneros franciscanos y sus rígidas reglas, que además no hacían nada contra los abusos de los empresarios de la sal. Otro factor de descontento fueron las enfermedades que traían y que diezmaban a la población aborigen.

Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado establecer unas 32 misiones de trescientos habitantes cada una: en total unas nueve mil personas. Otro dato importante es que la selva central fue una zona de constante intercambio de productos y de personas. Principalmente coca, frutas, madera, sal, algodón y otros productos valiosos.

La movilización de personas de diferentes orígenes se intensificó, ya que los misioneros y terratenientes llevaban consigo sirvientes y trabajadores serranos, negros y mestizos. Además de estos grupos controlados, hubo otro contingente de disidentes, provenientes principalmente de la sierra, aunque no exclusivamente indios, que encontraron en la selva central una zona de refugio ideal para esconderse de las autoridades. Para mediados del siglo XVIII, estos grupos no controlados tenían una población que sumaba probablemente varios miles.

Por ello es que la llegada de Juan Santos Atahualpa al Gran Pajonal en mayo de 1742, con su mensaje anticolonial, fue muy bien recibida y logró organizar en poco tiempo un contingente de casi dos mil personas. La proclama de Juan Santos, quien aseguraba ser descendiente de los últimos incas, consistía en la expulsión de los españoles del Perú y sus esclavos negros, dejando a los indios, mestizos y criollos en el territorio, a la vez que proponía el retorno al imperio de los Incas, pero sin dejar por completo algunos rasgos culturales ya interiorizados por la población, como el cristianismo. Otro rasgo heterodoxo de su proclama es que la coronación del nuevo Inca no sería en el Cusco, centro de poder por excelencia del antiguo imperio, sino en Lima, la sede política colonial. Rápidamente, surgió en el movimiento un componente mesiánico, en la función del líder como salvador mítico y reorganizador del mundo, y milenarista en su propuesta de cambio del cosmos.

La rebelión de Juan Santos Atahualpa

Juan Santos estableció su cuartel general en el Gran Pajonal, luego de destruir 25 misiones franciscanas y expulsarlos de la selva central. Rápidamente, el virrey Marqués de Villagarcía mandó expediciones militares en 1742 y 1743, dirigidas por Pedro Milla y Benito Troncoso, integradas por soldados profesionales, enviados del Callao y por milicias reclutadas en Tarma y Jauja. Los españoles fueron derrotados gracias a una estrategia militar adecuada para el terreno del monte: la guerra de guerrillas. 

La estrategia de emboscadas fue utilizada por los hombres de Juan Santos durante los diez años que duró el movimiento, sumando a esto la toma de algunas ciudades importantes por algunos pocos días, lo cual, si bien no significaba ningún éxito militar a largo plazo, sí calaba hondo en la moral de los españoles y conseguía difundir los logros del movimiento en amplias zonas del virreinato, mientras hacía aumentar el sentimiento de inseguridad. En la expedición de 1743, los españoles establecieron un fuerte en Quimiri (La Merced), pero fue destruido por los rebeldes el 1 de agosto, consiguiendo después la toma del valle de Chanchamayo.

Durante el mandato del siguiente virrey, José Antonio Manso de Velasco (1745-1761), Conde de Superunda, veterano de la guerra de indios en Chile, se mandaron nuevas incursiones bajo la comandancia del prestigioso general José de Llamas. Le fueron asignados 850 hombres, que fracasaron en 1746, y luego repitieron la derrota en 1750, en la zona de Monobamba. En ambos casos, la estrategia de emboscadas logró diezmar a los españoles lo suficiente para hacer fracasar la empresa.

Luego de estas victorias de Juan Santos es que su movimiento realizó la acción militar más importante hasta ese momento, al tomar los poblados de Sonomoro y Andamarca en 1752, la zona más cercana a la sierra a la que logró llegar la rebelión. Al parecer, se buscó tomar la región de Jauja y establecer una cabecera de playa desde la cual organizar un ataque final a Lima, con la ayuda de las poblaciones serranas que se habrían plegado al movimiento. Sin embargo, advertido de un contraataque de las fuerzas coloniales, dejaron el pueblo tan sólo dos días después de haberlo tomado.

Para ese entonces, los españoles ya habían optado por una nueva estrategia defensiva. Se basaba en convertir a Jauja y Tarma en bastiones militares para evitar que Juan Santos alcanzara la sierra y que su movimiento influyera en una zona articulada con la capital, lo que hubiese comprometido el abastecimiento de alimentos a Lima. También se quería evitar que el fenómeno escalara a un levantamiento panandino. Así es que se dispuso utilizar cinco compañías de infantería y caballería, apoyadas por milicias locales y patrullas de la región. Y el virrey designó a militares profesionales como corregidores de la zona. Sin embargo, las fuerzas españolas y rebeldes nunca se volverían a enfrentar.

El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de Andamarca, se diluyó hasta desaparecer, y se dice que su líder murió luchando contra un curaca local en Metraro, alrededor de 1756.

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